Sobre la incapacidad de resistirnos a verificar la bandeja de entrada (una y otra vez)

En su aclamado libro Focus, el profesor de psicología de la Universidad de Harvard y autor del best-seller Inteligencia Emocional, Daniel Goleman, localiza las raíces de nuestra pérdida de atención creciente causada por el exceso de información al que nos vemos expuestos diariamente.

En este fragmento, a través de diversos testimonios, Goleman expone la creciente preocupación que muchas personas sienten al darse cuenta de lo difícil que les resulta controlar su atención al margen de los avisos de correo y las notificaciones de Facebook.

«Hay que tener en cuenta el coste que ha supuesto para los adultos la reducción de la atención. El representante de una gran cadena de radiodifusión mexicana se quejaba diciendo que: «Hace unos años, podíamos hacer un vídeo de cinco minutos para presentarlo a una agencia de publicidad, pero hoy no podemos pasarnos del minuto y medio. Si durante ese tiempo no hemos logrado captar su atención, todo el mundo echa mano a su teléfono para ver si ha recibido un nuevo mensaje».

Un profesor universitario, especializado en cinematografía, me contó recientemente que estaba leyendo una biografía de uno de sus héroes, el prestigioso director francés François Truffaut. Pero luego añadió:

«No puedo leer más de dos páginas de un tirón, porque tengo la absoluta necesidad de conectarme y ver si he recibido algún correo electrónico. Creo que estoy perdiendo la capacidad de concentrarme en cosas serias.»

La incapacidad de resistirnos a verificar una y otra vez la bandeja de entrada de nuestro correo o de nuestra página de Facebook, en lugar de seguir atentos a nuestro interlocutor, desemboca en lo que el sociólogo Erving Goffman, magistral observador de la interacción social, ha denominado como un «fuera», es decir, un gesto que transmite a la otra persona el mensaje de que «no estoy interesado» en lo que sucede aquí y ahora.

Los organizadores del tercer congreso All Things D(igital), celebrado en 2005, se vieron obligados a desconectar la red wifi de la sala en que se celebraba el evento debido al resplandor de las pantallas de los ordenadores portátiles. Un indicio evidente del poco interés que despertaba en la audiencia la acción que se desarrollaba en el escenario. Como dijo uno de los participantes, se hallaban en un estado de «atención parcial continua», una especie de estupor inducido por el bombardeo de información procedente de fuentes de información tan diversas como el orador, los miembros de la audiencia y la actividad que estaban llevando a cabo en sus portátiles[1]. 

«Muchos lugares de trabajo de Silicon Valley han tratado de enfrentarse a este problema prohibiendo el acceso a las reuniones con ordenadores portátiles, teléfonos móviles y otros dispositivos digitales.»

—Daniel Goleman

Una ejecutiva del mundo editorial me confesó sentirse desbordada, al cabo de un rato de no comprobar el estado de su teléfono móvil, por «una sensación de discordancia, ya que echas de menos el impacto que acompaña a la recepción de un mensaje. Y por más que sepas que no está bien comprobar tu teléfono cuando estás con alguien, se trata de algo adictivo». Por eso, junto con su marido han firmado un acuerdo según el cual: «Apenas llegamos a casa después del trabajo, guardamos nuestros teléfonos en un cajón. Y solo los comprobamos cuando la ansiedad empieza a desbordarnos. Y debo decir que de este modo, estamos más presentes y ahora, por lo menos, hablamos».

«Nuestra atención se enfrenta continuamente a las distracciones, tanto internas como externas. Pero, ¿cuál es el coste de estas distracciones?»

—Daniel Goleman

En este sentido, el ejecutivo de una empresa financiera me formuló la siguiente reflexión: «Cuando, en medio de una reunión, me doy cuenta de que mi mente se ha desviado a otro lugar, me pregunto cuántas oportunidades se me habrán escapado».

Un amigo médico me cuenta que sus pacientes, para poder desempeñar adecuadamente su trabajo, están empezando a automedicarse con fármacos para el trastorno de déficit de atención o la narcolepsia. En este mismo sentido, un abogado me dijo: «Estoy seguro de que, si no los tomara, ni siquiera podría leer los contratos». Hasta no hace mucho, los pacientes necesitaban una receta para conseguir esos medicamentos que ahora se han convertido en potenciadores rutinarios. Cada vez son más los adolescentes que aparentan tener síntomas de déficit de atención para conseguir recetas de estimulantes, una ruta química a la atención.

Y Tony Schwartz, un asesor que enseña a los líderes a gestionar más adecuadamente su energía, me dijo: «Enseñamos a la gente a ser más consciente del modo en que emplea su atención... que ahora, todo hay que decirlo, es siempre pobre. La atención ha acabado convirtiéndose en el principal problema de nuestros clientes».

Ese bombardeo de datos desemboca en atajos negligentes, como la eliminación descuidada del correo electrónico atendiendo solo a su encabezado, la pérdida de muchos mensajes de voz y la lectura demasiado rápida de mensajes y recordatorios. Pero no es solo que el volumen de información nos deje muy poco tiempo libre para reflexionar sobre su significado, sino que los hábitos atencionales que desarrollamos también nos hacen menos eficaces.

En 1977, el premio Nobel de Economía, Herbert Simon, ya advertía acerca de esta situación. Mientras escribía sobre la llegada de un mundo rico en información, señaló que esta consumiría «la atención de sus receptores. De ahí que el exceso de información vaya necesariamente acompañado de una pobreza de atención»[2].

Notas:

[1] Wade Roush, «Social Machines», Technology Review, agosto de 2005.

[2] Herbert Simon, «Designing Organizations for an Information‐Rich World», en Donald M. Lamberton (ed.), The Economics of Communication and Information. Cheltenha (Reino Unido): Edward Elgar, 1997. Citado en Thomas H. Davenport y John C. Back, The Attention Economy. Boston, MA: Harvard University Press, 2001, pág. 11.

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