"¿Habrá algo de bueno en esta crisis?" Una reflexión de Jordi Pigem

Jordi Pigem, autor en Kairós de libros como Inteligencia Vital o Buena crisis, comparte una de serie de reflexiones acerca de la crisis actual basándose en sus inspiradoras obras anteriores. Estas ideas, innovadoras y valientes, aportan un sesgo de esperanza ante los retos inminentes y futuros que la Humanidad deberá plantearse y abordar para alcanzar otra forma de habitar el planeta Tierra.

Crisis viene del griego krinein (decidir, distinguir, escoger), raíz también de crítica y criterio. Durante las crisis resulta decisivo saber usar nuestro mejor criterio. Krisis (κρίσις) es la palabra que usaba Hipócrates para señalar el momento decisivo en el curso de una enfermedad, cuando la situación súbitamente mejora o empeora. Esta acepción médica es el único sentido que crisis tuvo en latín y en la mayoría de lenguas europeas hasta principios del siglo XVII, y sigue siendo el primero que da el Diccionario de la Real Academia Española (el sentido político de crisis surge después, al aplicar metafóricamente al cuerpo social lo que era propio del cuerpo humano). 

Durante siglos se ha hablado con toda naturalidad de la «buena crisis» o la «happy crisis» que conduce a la curación del enfermo. En su sentido original una crisis es una oportunidad de curación. En nuestro caso, el enfermo es el sistema: nuestra crisis global es por tanto una oportunidad de sanar un sistema obsoleto, cuyas patologías hasta ahora habían quedado enmascaradas por la bonanza económica y por los espejismos del consumo. 

*    *    *

Comprar libro.

Los años venideros están llamados a ser un rito de paso para la humanidad y la Tierra, un tiempo crucial en el largo caminar de la evolución humana. Podemos imaginar que participaremos en transformaciones radicales y muy diversas, en amaneceres sorprendentes y crepúsculos intensos, y que el colapso de las estructuras materiales e ideológicas con las que habíamos intentado dominar el mundo abrirá espacios para la aparición de nuevas formas de plenitud.

En este rito de paso del final de la modernidad, una mala crisis nos conduciría a extender la sed de control, la colonización de la naturaleza y de los demás y nuestro propio desarraigo. Una buena crisis, en cambio, nos conducirá a un mundo postmaterialista, en el que una economía reintegrada en los ciclos naturales esté al servicio de las personas y de la sociedad, en el que la existencia gire en torno al crear y celebrar en vez del competir y consumir, y en el que la conciencia humana no se vea como un epifenómeno de un mundo inerte, sino como un atributo esencial de una realidad viva e inteligente en la que participamos a fondo. Si en nuestro rito de paso conseguimos avanzar hacia una sociedad más sana, sabia y ecológica y hacia un mundo más lleno de sentido, habremos vivido una buena crisis.

*    *    *

Los ritos de paso marcaban en muchas sociedades tradicionales el cruce del umbral entre la adolescencia y la madurez. A nuestra sociedad ahora le toca cruzar ese umbral. El mundo contemporáneo tiene mucho de rebelión e hiperactividad adolescentes: rebelión contra la biosfera que nos sustenta y contra un cosmos en el que nos sentimos como extraños, hiperactividad en el consumismo y en la aceleración que nos lleva a posponer la plenitud a un futuro que nunca llega. La crisis como rito de paso nos desafía a alcanzar una madurez sostenible y serena que redescubra el regalo de la existencia en el aquí y ahora.

*    *    *

Comprar libro.

Es parte de la sabiduría tradicional de muchas culturas constatar que la plenitud va ligada no al cuanto más mejor sino al justo medio. Ya el oráculo de Delfos advertía: «de nada demasiado». El confucianismo enseña que «tanto el exceso como la carencia son nocivos» y en el clásico libro taoísta de Lao Zi se lee que sólo «quien sabe contentarse es rico». Según la Bhagavad-Gita, «aquel que vive libre de deseos, sin apego por nada, liberado de la idea de “lo mío”, liberado de la idea de “yo”, aquél alcanza la paz». Por su parte, el clásico más célebre de toda la literatura budista, el Dhammapada, afirma que «quien en este mundo vence su codicia, ve cómo sus pesares se desprenden de él como gotas de agua de una flor de loto» y añade que «la mayor riqueza es estar satisfecho». La misma idea está presente en las palabras de un jefe indígena norteamericano (micmac) dirigidas a los colonos blancos: «aunque os parecemos miserables, nos consideramos más felices que vosotros, pues estamos satisfechos con lo que tenemos». Y no falta en la tradición judía («no me des pobreza ni riqueza»; Proverbios), ni en el Evangelio: «es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos» (Mateo). El islam da una gran importancia al tributo social purificador (zakât) y un hadit de Muhammad afirma que «la riqueza no consiste en la posesión de bienes; la verdadera riqueza es la riqueza del alma». Incluso uno de los padres de la American way of life, Benjamin Franklin, escribió «El dinero nunca hizo feliz a nadie, ni lo hará… Cuanto más tienes, más quieres. En vez de llenar un vacío, lo crea». 

Liberarnos de la idolatría del consumo y del crecimiento por el crecimiento requiere transformar el imaginario personal y colectivo, transformar nuestra manera de entender el mundo y de entendernos a nosotros mismos. Un criterio para ello es abandonar la sed de riqueza material en favor de otras formas de plenitud. No se trata de ascetismo. No implica disminuir el nivel de vida sino concebirlo de otra manera. Se trata de fomentar la alegría de vivir y convivir, de desarrollarnos en el sentido de dejar de arrollarnos unos a otros, de crecer en tiempo libre y creatividad, crecer como ciudadanos responsables de un mundo bello y frágil.

*    *    *

Durante cuatro siglos la física ha intentado explicar el universo como un gran mecanismo compuesto por elementos materiales. Pero en la misma evolución de la física la visión materialista se agota. La materia sólida se acaba disolviendo. Lo que encontramos a nivel subatómico es más un mar de vibraciones que una colección de bolas de billar. El caos y la complejidad sustituyen a lo lineal y mecánico. Lo intangible sustituye cada vez más a lo tangible, así en la economía como en la física. Cada vez más, la realidad que muestra la física resulta ser postmaterialista.

Dos de los grandes físicos del siglo XX, Erwin Schrödinger y Eugene Wigner, ambos galardonados con el Premio Nobel, propusieron independientemente un asombroso cambio de perspectiva. Según Schrödinger y Wigner los descubrimientos de la física del pasado siglo implican que el fundamento de la realidad no es la materia (o la materia y la energía) sino la conciencia y la percepción. 

Niels Bohr, Premio Nobel de Física en 1922, ya había llegado a la conclusión de que «ningún fenómeno es un fenómeno hasta que es un fenómeno observado». Después de la física cuántica no es posible seguir creyendo en una realidad preexistente, separada del observador. Pero como no hemos sido capaces de construir una visión del mundo práctica y coherente a partir de ello, la mayor parte de nosotros —incluidos la mayoría de los físicos en su día a día— seguimos por inercia creyendo en que hay una realidad física que sigue sus propias leyes y es independiente de nosotros. No faltan físicos, sin embargo, que se han tomado en serio las implicaciones filosóficas de los descubrimientos de la física del siglo XX. Entre ellos destaca John Archibald Wheeler, quien estaba convencido de que la revolución de la física cuántica y relativista ha de completarse con otra revolución, todavía más profunda: la que ahora nos está empezando a revelar un universo participativo, en el que el núcleo y la clave de toda física es la participación del observador.

*    *    *

Si la base de la realidad no es la materia sino la conciencia, se desmorona todo lo que durante siglos pareció de sentido común a la mentalidad materialista —y cobran sentido las palabras de filósofos y poetas de Oriente y de Occidente. Empezamos a entender:

  •  que no somos espectadores pasivos en un mundo de objetos, sino coautores y cocreadores de un universo de relaciones;

  •   que hoy solo estamos manifestando una ínfima parte de nuestras posibilidades;

  • que la mente no está en el cerebro, y que dialoga con el mundo y las otras mentes de maneras sutiles; 

  • que nuestras intenciones configuran nuestro presente, de modo que nuestro mundo exterior refleja nuestro interior;

  •  que no somos seres materiales que tienen experiencias espirituales, ni máquinas genéticas que tienen sensaciones psicológicas, sino conciencia envuelta en los velos de la materia, el espacio, el tiempo y la limitación; 

  •     que el núcleo de la realidad habla el lenguaje de la imaginación, la creatividad y la intuición más que el de las leyes, fórmulas y conceptos;

  •    que toda la comunidad de la biosfera revela la belleza y la sacralidad del universo;

  •     que cada momento es un regalo;

  •     que entre tú y el resto del mundo nunca hay, nunca hubo, ninguna separación.

Ver autor

Anterior
Anterior

Seis lecturas para completar tu Semana del Libro

Siguiente
Siguiente

Mindfulness en tiempos de Coronavirus: notas y consejos de David Alvear